“Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Marcos 8:38). “Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor…” (2 Tim. 1:8). “…si le negáremos, él también nos negará” (2 Tim. 2:12; comp. Lucas 12:9). ¿Avergonzado de Cristo? ¿De qué hay que estar avergonzado? ¿Estaremos avergonzados de su generosidad? ¿Nos disculparemos por su humildad, valor, fe, devoción, piedad, mansedumbre, gentileza? El Hijo de Dios, “…que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Cor. 8:9). Se despojó de su igualdad con Dios, “…tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz…” (Fil. 2:5-11). ¿Nos avergonzaremos de su humilde nacimiento? Fue concebido en la pobreza y nacido en la oscuridad. El “Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos más sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos” (Isa. 53:2-3). Abraham Lincoln nació en abatida pobreza. ¿Es su grandeza deslustrante a causa de sus orígenes humildes? No, es realzada por ésto. Del mismo modo, ésto es con Jesús. No obstante, es diferente en este sentido: Lincoln no tuvo elección en su nacimiento, ni en sus circunstancias de despojo, pero Cristo sí. El escogió lo modesto para sí mismo. El mismo se vació de lo eterno, de la gloria y esplendor inmortal y voluntariamente eligió sumergirse en las profundidades de la indigencia donde no tuvo lugar para reposar su cabeza. ¿Es esa la substancia de la cual este nacimiento es vergüenza? ¿Nos avergonzaremos de su amor, de su buena voluntad para pacientemente soportar los crueles insultos, las difamaciones y las indirectas destinadas para infamar su persona, matar su carácter y menospreciar su misión? El quien hizo los mundos, fue rechazado por su propia creación. El hombre, la obra de sus manos y el deseo de su creación, se volvió contra su Creador, Sustentador y Salvador. Escupiendo viles vituperios, lo menospreciaron. Arrojando mentiras en hipocresía, ignominiosamente crucificaron al Señor de la gloria. Los sarcasmos para que descendiera de la cruz y se salvara a sí mismo fueron ignorados. Su debilidad fue la fortaleza de la salvación de ellos. Su necedad fue la sabiduría de las épocas. Su muerte vergonzosa fue la vida gloriosa de ellos. Menospreciando el oprobio, el sufrimiento y la vergüenza, mientras emitía sonidos entrecortados por respiración y contorsionándose con angustia, suplicó no por su propia libertad o ayuda, sino por sus atormentadores – “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Le pregunto, ¿es ésta una causa por la que la vergüenza es el resultado? ¿Avergonzado de Sus Palabras? ¿Exactamente de cual de las palabras de Jesús deberíamos estar avergonzados? “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mat. 11:28). Esta, y numerosas declaraciones comparables, no son razón para la vergüen- za. Pero ¿qué de sus amenazadoras palabras de condenación y juicio? ¿Han de ser ocultas y negadas? No, porque ellas, también son palabras de amor, gracia y misericordia. Cuando un padre advierte a su hijo, “Si sales a la calle, te castigaré,” él no es un monstruo buscando arbitrariamente restringir y privar a su hijo del placer. Antes bien, él reconoce el peligro y está protegiéndolo del mal y la muerte. Ciertamente, él disciplina a aquellos que ama (Heb. 12:5-11).
El mensaje de nuestro Señor es de gracia, esperanza y amor. Los jóvenes, deambulando en las esquinas pregonan sus artículos de sicología popular con seudo palabras de compasión, de pensamiento positivo y de auto-estima. “Eres maravilloso, siéntete bien acerca de ti mismo.” El Hijo de Dios, no obstante, nos dice que no tenemos razón para regocijarnos en nuestros pecados que nos han enceguecido, empobrecido y esclavizado. El camino de arriba es bajado, lo declaró (Luc. 18:14). El camino para las riquezas es la pobreza de espíritu (Mat. 5:3). El camino para ser grande es la senda del servicio (Luc. 22:27; Mat. 20:26-28). El camino del amor es el curso de la obediencia y el sacrificio (Juan 14:15; 15:12-14). El camino de la vida, es la ruta de negarse a sí mismo, y si es necesario, la muerte (Luc. 9:23-25). Ciertamente, “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:46). Todos hemos hablado palabras de vergüenza y desgracia. En el lecho de muerte de ellos, los hombres se han retractado de las palabras de odio y rencor. Algunos se han arrepentido, creyendo, aceptando y siguiendo las doctrinas erróneas de los demás. Pero en la cruz, Jesús no se lamentó ni deploró su enseñanza, no necesitó cambiar o disculparse por algo de lo que había dicho. Y ningún discípulo del Maestro que en algún momento tuvieron su cabeza colgada en la hora de la muerte expresaron remordimiento de haber creído y obedecido las palabras del Hijo de justicia. En vista del no obscuro amanecer de una inmarcesible eternidad, ¿puede usted colocar su dedo en una línea de las palabras de Jesús con señal de vergüenza? Por aquellas palabras seremos juzgados (Juan 12:48). Por aquellas palabras seremos condenados o liberados. “Dios mío, en ti confío; no sea yo avergonzado, no se alegren de mí mis enemigos” (Sal. 25:2). “En ti, oh Jehová, he confiado; no sea yo confundido jamás; líbrame en tu justicia…No sea yo avergonzado, oh Jehová, ya que te he invocado; sean avergonzados los impíos, estén mudos en el Seol” (Sal. 31:1,17). “Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado” (Rom. 10:11).